9 Les animaba citando la Ley y los Profetas, y les recordaba los
combates que habían llevado a cabo; así les infundía mayor ardor.
10 Después de haber levantado sus ánimos, les puso además de
manifiesto la perfidia de los gentiles y la violación de sus juramentos.
11 Armó a cada uno de ellos, no tanto con la seguridad de los escudos
y las lanzas, como con la confianza de sus buenas palabras. Les
refirió
además un sueño digno de crédito, una especie de visión, que alegró
a
todos.
12 Su visión fue tal como sigue: Onías, que había sido sumo
sacerdote, hombre bueno y bondadoso, afable, de suaves maneras,
distinguido en su conversación, preocupado desde la niñez por la práctica
de la virtud, suplicaba con las manos tendidas por toda la comunidad de los
judíos.
13 Luego se apareció también un hombre que se distinguía por sus
blancos cabellos y su dignidad, rodeado de admirable y
majestuosa
soberanía.
14 Onías había dicho: «Este es el que ama a sus hermanos, el que ora
mucho por su pueblo y por la ciudad santa, Jeremías, el profeta de Dios.»
15 Jeremías, tendiendo su diestra, había entregado a Judas una espada
de oro, y al dársela había pronunciado estas palabras: